LA HISTORIA DEL FRUTO
Parece ser que el café como fruto tiene un origen, aun hoy legendario, que lo sitúa en la zona de la actual Etiopia. Y más concretamente en un reino que se denominaba Reino de Kaffa, allá por el siglo IX después de Cristo.
Y parece ser que fue una casualidad la que hizo que un pastor llamado Kaldi, a base de observar que su rebaño de cabras estaba muy activo al caer la noche, decidió tomar algunos de aquellos frutos que tanto gustaban a sus cabras y tales efectos les producían.
El fruto era del tamaño de una cereza pequeña, que maduraba con un color rojo, casi granate, y cuya carne era jugosa y dulce pero muy escasa. Tan escasa que prácticamente no valía la pena recogerla.
Aun así, intrigado por la reacción de su rebaño de cabras, cosechó un puñado de estas ‘cerezas’ y se las llevó a un monasterio (parece ser que Sufí) de monjes, pues en aquella época ellos eran los que se dedicaban a pensar, meditar e investigar.
LA HISTORIA DEL BREVAJE
No se sabe si fue entonces, o algunos siglos después, cuando los monjes descubrieron, accidentalmente, que era el hueso y no la carne del fruto lo que hacía de este grano un fruto diferente.
Llegaron a tal conclusión tras hervir algunas cerezas enteras y no obtener un resultado especial. Sin embargo, en el trasiego de poner cerezas en el caldero de agua al fuego, alguna de ellas se debió caer de la mano del monje directamente sobre el fuego, produciendo su combustión y haciendo emanar el primer aroma a café tostado.
A partir de ahí, se abrió una nueva línea de investigación por los monjes, que les acabo por hacer descubrir que era el hueso y no la carne, la que tostándose emanaba dicho perfume y que, machacada e infusionada, creaba un brebaje con un sabor realmente especial y atractivo, el que además poseía influencia en el cuerpo y la mente, mitigando el cansancio y manteniéndolos más despiertos y concentrados tanto en la erudición, como en los rezos y plegarias. Era el inicio de lo que hoy disfrutamos como café.
LA HISTORIA DE SU EXPANSIÓN
En el siglo XV, el café ya se conocía en todo el mundo árabe. No está muy claro si dio el salto desde el norte de África a Europa (por Trieste) o penetró por Turquía; fuera como fuere, su fama corrió como la pólvora y alcanzó a tener papeles protagonistas en guerras e incluso en la religión (que lo prohibió durante una etapa), acabando por instalarse en la vida social europea justo en la época de los grandes imperios coloniales.
Cuando holandeses, franceses, ingleses, portugueses y españoles dominaban o descubrían los Nuevos Mundos, se dedicaron a probar allí las semillas del denominado cafeto, especialmente en aquellos territorios donde el clima era puramente tropical. De tal manera, lo extendieron por el Caribe, por América Central e incluso por Asia (India e Indonesia).
LA HISTORIA DEL ESPRESSO
De todas las maneras de tomar café, la Espresso es la que obtiene la esencia más concentrada de todas y la más empleada en la hostelería y, por supuesto, entre los clientes de Fanessi.
A finales del siglo XIX, un enamorado del café, Don Luigi Bezzera, obsesionado por mejorar el sabor, la concentración del café y, sobre todo, su preparación, creó el primer modelo de cafetera exprés. Aun así, esta no sería presentada en público hasta 3 o 4 años más tarde, ya en pleno sigo XX, en la ciudad italiana de Milán. El secreto no era otro que hacer pasar el agua muy caliente, con presión, y a través de un café triturado en partículas muy pequeñas. Así se accedía por fin a la esencia del café que hoy conocemos. Había nacido el café Espresso.
A partir de ahí, nacido el nuevo producto, nació una nueva cultura. Una cultura que aun hoy continúa creciendo, progresando, investigando, desarrollando y logrando atraer cada vez a un público más amplio.